Por Nicolás Ayala
Desde Philadelphia, EEUU.

La primera muerte de Rita Seigafuse, de 46 años, ocurrió hace ocho años. Ese día su corazón se detuvo. Todo empezó por un dolor de espalda. El diagnóstico determinó que se trataba de una hernia discal. Para aliviar el dolor le recetaron Percocet, un potente opioide de grado farmacéutico. Tomó esas píldoras durante dos años, tiempo suficiente para generar una fuerte dependencia.

Esta ama de casa trabajó durante doce años como empleada de limpieza en el Nazareth Hospital al noreste de Filadelfia, EEUU. Ayudando a mover a un paciente de su cama, el revestimiento del disco de su columna vertebral se desgarró. El fluido interno se escurrió por la grieta y estrujó uno de sus nervios. A raíz de esa afección lumbar estuvo a punto de perder un brazo y se quedó sin casa.

—La primera vez que probé droga fue a los 38. Empecé con heroína.

Rita, madre de tres, se inició en el consumo de esta droga con unas personas que hospedaba en su casa. Un día, al volver del trabajo entró a la cocina y vio unas bolsitas sobre la mesa. Preguntó qué eran. Le dijeron que se trataba de algo similar a los calmantes que tomaba, pero más barato. Eso la atrajo.

—El seguro médico me cubría las píldoras que me daba el doctor pero después de un tiempo de tomarlas ya no me alcanzaban, quería más. Empecé a comprarlas en la calle. Gastaba entre 300 y 400 dólares por semana. Cuando me ofrecieron heroína pensé: veamos si funciona.

En la jerga de quienes usan sustancias por vía intravenosa las personas se clasifican en dos, buena vena o mala vena. Rita pertenece a la segunda categoría.

—No podían encontrar un lugar donde picarme. La única zona donde había un bulto más carnoso era mi cuello, la yugular.

Levanta la cabeza para señalar el punto exacto donde la pincharon.

—Estaba aterrada. Les pedí que fueran de a poco pero me metieron todo de golpe. Después de eso lo único que recuerdo es despertarme en un hospital.

Mientras habla la resignación se apodera de su rostro.

Rita sufrió un paro cardíaco.

La heroína hace que el cerebro entre en un estado de relajación profunda.

—Es como un viaje a las nubes. Sentís que estás recostada sobre un colchón de flores mirando hacia el cielo y contemplando las estrellas.

Pero si la dosis supera los límites de tolerancia, el cuerpo se olvida de respirar, la presión sanguínea disminuye y el corazón falla. Cuando se desvaneció, las personas que la habían inyectado huyeron.

Rita quedó tirada en el piso con una aguja clavada en el cuello. Si en ese momento no hubiera entrado una de sus hijas y llamado a la ambulancia, hoy no seguiría con vida. En el hospital pensaron que no había vuelta atrás.

—Estaba muerta. Pero resucité.

Susurra Rita, que luego de este episodio continuó usando heroína durante seis años más.

heroina
Usuaria se inyecta en su apartamento en el Eastside de Vancouver. Foto: Aaron Goodman.

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El suyo no es un caso aislado. Según cifras de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, en EEUU durante el 2014 murieron 47.055 personas por causas relacionadas al abuso de drogas, el equivalente a quince 11-S.

Una de cada seis muertes por sobredosis se debió al consumo de algún tipo de opioide. A partir del 2000 las muertes ocurridas por el uso excesivo de estos narcóticos, que incluyen desde medicamentos de venta bajo receta hasta heroína, crecieron un 200%.

Según la DEA, las sobredosis se convirtieron en la principal causa de muerte por lesiones, superando incluso a los accidentes de tránsito (32.675 en 2015) y armas de fuego (12.253 en 2013).

La prescripción médica de fármacos opioides se cuadruplicó desde 1999 y aumentaron en paralelo las sobredosis provocadas por su consumo.

Al espiral de muertes vinculadas al uso de opioides farmacéuticos durante quince años se suma un reciente aumento en defunciones por sobredosis de heroína. Sólo entre 2013 y 2014 la tasa de mortalidad por uso de esta droga aumentó un 26%, y se triplicó desde 2010.

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En la calle la heroína se vende en pequeñas bolsas celestes de papel de cera. Hay dos tamaños, de cinco y diez dólares. El contenido de cada una es tan ínfimo que al abrirlas si sopla un poco de viento se lleva la dosis. También se pueden conseguir bundles, paquetes de 14 bolsas de diez por entre 70 y 90 dólares.

Para potenciar la utilidad del producto, los distintos eslabones en la cadena de distribución mezclan la heroína con fentanilo, un opioide sintético hasta 100 veces más potente que la morfina. También la cortan con xilacina, un sedante, una anestesia para animales también conocido como “sueño de caballo”. Ambas combinaciones suelen ser letales para el consumidor.

Pero adquirir la droga en este formato sigue siendo más rentable. No sólo porque la intensidad y duración de las píldoras es mucho menor a la de la heroína, sino porque además los opioides de grado farmacéutico en el mercado ilegal cuestan pequeñas fortunas. Los precios quedan sujetos al antojo del vendedor y a la habilidad del consumidor para regatear, pero por lo general se paga un dólar por cada miligramo.

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—Durante los años 90 las farmacéuticas, en particular Purdue que era uno de los principales productores de oxicodona, enviaban sus fuerzas de venta a los médicos diciendo que su producto era excelente para todo tipo de dolor, que no era adictivo y que ellos formaban parte de una revolución del dolor.

Explica, en un café de Filadelfia, el doctor Eric C. Schneider, profesor de Historia en la Universidad de Pensilvania, que en su libro Smack analiza la historia de la heroína en las urbes de EEUU.

—Se suponía que la oxicodona era un sintético menos adictivo que la heroína o la morfina. Con este pretexto las farmacéuticas presionaron para que cualquier persona con dolor de espalda, por ejemplo, pudiera obtener una receta. Al no haber un registro nacional o estatal de cuantas recetas se daban ni a quién, las personas iban de clínica en clínica consiguiéndolas. Así fue que de a poco la gente se acostumbró al uso de opioides de grado farmacéutico.

Los investigadores del CDC consideran que el abuso de opioides por prescripción médica es el factor de riesgo más alto para la iniciación en el consumo de heroína.

En 2013 la Agencia de Alimentos y Medicamentos (FDA por sus siglas en inglés) impuso regulaciones más estrictas para la venta de estos analgésicos.

Fue un intento de las autoridades por solucionar el error inicial que fue “fomentar la dependencia de base”, dice el doctor Stephen Lankenau, profesor de la Universidad de Drexel, un sociólogo que durante los últimos veinte años se dedicó al estudio del uso de drogas.

Desde la regulación, las píldoras se encarecieron y se volvió más difícil conseguir una receta.

—Una parte enorme de la población generó algún grado de dependencia a este tipo de sustancias. Y de pronto los médicos dejaron de recetar o recetaron en menores cantidades. Entonces, la opción que les quedó fue recurrir a la calle, donde lo que está más al alcance de la mano es la heroína.

La presión de la industria farmacéutica para legitimar la oferta de opioides invirtió los ritos de iniciación en el uso desde los años 90, dice el profesor Lankenau.

—Hoy la mayor parte de las personas que recurren a la heroína lo hacen después de experimentar primero con píldoras de receta médica.

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Rita comenzó consumiendo dos bolsas por día. Pero pronto su dosis ascendió a un bundle cada día. Y como nunca tuvo buena vena se inyectaba directamente en el músculo.

Las cicatrices de su cuerpo cuentan la historia de su dolor. Con las inyecciones intramusculares la droga no circula, se absorbe. Si no se deja descansar la zona aumentan las probabilidades de infección. Rita tuvo abscesos en piernas y brazos. Recorre con su dedo índice la cicatriz en su hombro izquierdo —que casi pierde— que se extiende hasta la axila y pega la vuelta por su omóplato.

En poco tiempo su vicio se volvió tan fuerte que utilizaba todo el dinero que tenía a su alcance. Se las arregló para ocultarle el problema a su pareja. Pero un día llegó una notificación por correo. Hacía meses que no pagaba la hipoteca. Gastaba todo en heroína, más de 400 dólares por semana. Perdió su casa y su pareja.

Se fue a vivir con la hermana. Su permanencia allí dependía de una condición, la única que no podía cumplir, dejar la droga. Así que se marchó y vivió en la calle durante dos años. Dormía en una plaza en la calle Richmond y la avenida Allegheny en el barrio de Port Richmond, al norte de Filadelfia.

Para satisfacer su apetito utilizó todos los recursos que tenía a su disposición.

—Cuando sos adicta lo único que te importa es tener tu dosis para no sentirte enferma, porque ese es el peor sentimiento que existe. Es como si tus entrañas ardieran.

Después de intentarlo durante años, logró aplacar su vicio. Estuvo ocho meses sin consumir.

—Sé que el resto de mi vida va a ser una lucha. Pero nunca aguanté tanto tiempo y se siente realmente bien. Esta vez creo que va a durar.

Pero los tiempos difíciles están lejos de haberse acabado. Hace tres meses desapareció Rebeca, su hija menor, la de 26 años, usuaria desde los 23. Algunos de sus conocidos de la calle le dijeron que la vieron en el ambiente. Cuando se enteró, Rita murió por segunda vez. Cree que Rebeca sigue su ejemplo.

Rita dice que reza para que las sonrisas vuelvan a su mesa. Pero puede que Dios no esté de su lado. EEUU, país con menos del 5% de la población mundial, consume el 80% de la producción global de opioides.

Comentarios

Me parece que la forma de escribirlo es extraordinaria. Es muy dura la lectura descriptiva de lo que Rita hacia. Mejor no podría ser. Asimismo es bueno mostrar estas realidades que en general en Estados Unidos , país en el que resido, se esconden con alguna picardía o porque se piensa erroneamente que hay otros riesgos que matan mas gente, o que es un problema siempre del projimo y nunca nos tocara de cerca.