Por Xiomara Orellana
Desde San Pedro Sula, Honduras.

Vivo en Honduras, un país de Centroamérica donde las cifras de periodistas asesinados es alta y el 97 por ciento de esos crímenes permanecen en total impunidad.

Ejercer la profesión y hacerlo desde el campo investigativo es un verdadero reto. Es una zona de fuego cruzado. Reportear temas como el narcotráfico representa un verdadero peligro. Se cuentan con los dedos de una mano los colegas que buscan internarse en el mundo de la investigación, hay temor y aquellos que lo hacen, aprendieron que deben hacerlo con pinzas.

No todo lo que sabes es publicable y lo que publicas debe tener su paraguas, un blindaje que no te exponga, que no te haga el blanco de los grupos criminales.

Hay miedo. Pero ese miedo no solo es de los periodistas, también se expande entre los medios de comunicación, muchas investigaciones en profundidad quedan fuera de la agenda. Lo poco que se publica relacionado con el narcotráfico se conoce por fuentes oficiales y se convierte en la noticia común. Ir más allá, para contar lo que se mueve tras las cortinas de las bandas del narco es un tema censurado, es imposible.

Mi familia siempre me decía, si haces periodismo que sea lejos del narcotráfico, en esas aguas no debes meterte. Pero el tema se atravesó en mi camino y fue imposible dejar de penetrarlo porque precisamente el departamento donde nací, Copán, se volvió un punto importante en la ruta del narcotráfico gracias a sus dos fronteras con Guatemala y El Salvador.

En esa zona se consolidaron estructuras, se pactaron alianzas y se dieron batallas por el control del territorio. Para nadie era desconocida la evolución de los carteles en el occidente hondureño y su implicación con grupos criminales desde Colombia hasta México. De todo esto nadie podía hablar, ni mucho menos publicar.

Uno de los primeros trabajos que me asignaron cuando trabajé para un canal local de televisión, entre 2002 y 2004, en Santa Rosa de Copán, fue el contrabando, un asunto común en mi zona. Debía internarme en los puntos ciegos para constatar cómo salían café y ganado por puntos clandestinos hacia Guatemala. Ese fue el escenario que me llevó a meter mis narices en el operar de las bandas, a conocer cómo controlaban la zona los señores de la frontera.

Muchas de esas historias quedaron guardadas en mis libretas, fueron censuradas por la exposición que suponía divulgarlas, no solo para el medio sino para mi vida.

La información estaba vedada, si las verdades se contaban era a medias y en algunas ocasiones contarlas suponía intimidaciones. Mencionar nombres de grupos o personas, así como las actividades de los grupos criminales, implicaba que los mensajes pronto llegaban para intimidar y advertir que traspasar esa línea tenía un precio, y ese precio muchas veces era la muerte. No sabes si una nota traerá problemas porque a un cartel no le gustó lo publicado, o no quiere que se hable de sus actividades, por eso no puedes contarlo todo, la verdad te arriesga.

No sé cuantas veces llegaron a mi casa miembros de los grupos de la zona, eran emisarios que llevaban mensajes de amos y señores de la criminalidad, exigiendo aclaraciones a notas publicadas o pidiendo que la información no pasara. Confieso que en más de una ocasión sentí miedo, un miedo que aprendí a no mostrar.

Hacer ese trabajo me puso en peligro ocasionalmente, sobre todo al recolectar información en zonas donde no hay autoridad. Pero Dios siempre cubrió mis pasos, nunca tuve algo que lamentar, reconozco que la protección divina ha estado de mi lado.

Un cartel me culpó de difundir la información de la captura de uno de los cabecillas del grupo. Fui acusada injustamente. Cuando se publicó el asunto no estaba en el país, pero que el medio publicara la captura me puso en el ojo del huracán. Fui perseguida. El cartel ordenó a un grupo de antisociales darme seguimiento. Ordenaron que la información no llegara a los medios locales, buscaban que no se conociera la captura. Los pobladores se extrañaban, pese al movimiento policial y militar que conllevó la detención, en los medios locales el hecho pasó inadvertido. Pero dos diarios de circulación nacional hicieron alusión a la captura, entonces mi cabeza tuvo un precio. Ser de la zona era mi pecado. La alerta oportuna de uno de los colaboradores cercanos —del entonces cabeza del grupo criminal— me puso en aviso y eso me permitió abandonar el país casi de inmediato. Permanecí dos meses en Estados Unidos, alejada temporalmente del peligro. Mientras, en Honduras, una persona cercana mediaba para desvanecer mi involucramiento en la divulgación de la nota.

Ejercer la labor implica olfato. En este trabajo no hay señales, nunca sabes si con quien hablas, lejos de enriquecer la información, está entorpeciendo tu trabajo, si el policía, el político o los pobladores son parte de las estructuras criminales. Informar se vuelve un reto, el peligro siempre está presente.

Cuando incursioné en la prensa escrita en 2005, formé parte de la unidad de investigación de uno de los diarios más importantes del país. Buscar información no resulta fácil y menos si es del narcotráfico, las mismas fuentes que pueden dar información del operar de los carteles evitan hablar. Solo el ingenio ayuda para buscar datos e historias de lo que se esconde en los poblados, de lo que pasa por las carreteras en las noches cuando las bandas realizan sus operaciones clandestinas. En Honduras varios poblados estuvieron al servicio del narco durante años, eran zonas donde la autoridad la ejercían los carteles. Algunas autoridades terminaban siendo parte de las estructuras.

El nivel de peligro varía. En zonas donde el narco domina, resulta difícil para un reportero local tener independencia y publicar. Por temor, medios y periodistas, se llaman a la autocensura y los temas ligados al narcotráfico son excluidos de la agenda. Algunos solo reciben órdenes de lo que se debe o no publicar. Los criminales siempre repiten «sabemos todo de ti y de tu familia, así que no te metas. No preguntes más porque calladita te ves más bonita».

Penetrar en ese mundo para contar una historia te despierta la adrenalina, pero se deben poner límites, de manera que por contar una historia, la historia no acabe contigo.

Honduras no es la excepción al peligro de la exposición por intentar informar de temas escabrosos. El narcotráfico ha sido una zona prohibida, donde pocos arriesgan. Hay que ir más allá de satisfacer el morbo y la curiosidad que despierta penetrar en el mundo del narco. Ser periodista de investigación nunca es una plataforma para hacerte rico o famoso, simplemente es una herramienta para que la información llegue, para que la gente se pregunte, debata y cuestione.

La adrenalina sigue, la información reveladora continuará fluyendo, las frustraciones seguirán llenando el camino de los que intentamos informar, aunque muchas veces nos preguntemos qué diablos hacemos cubriendo el narco. Esa parte de historia está allí, ocurriendo, los personajes cambian, pero el operar sigue. Ellos dicen que quieren a la prensa lejos. Si la prensa está lejos, no habrá debate social, ni político. Seguirán cada vez más ocultos en esa corrupción que se extiende como metástasis.

Por eso estamos ahí.

Comentarios

Es bueno tener un relato directo, es importante que se sepa en todo el mundo lo que pasa en Honduras y especialmente en América Latina.
Resistir, la vida es lucha con alegría.
GRACIAS!!!