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Guillermo Garat

En San Pedro, Paraguay

Los guaraníes le dicen pakova a la banana. Y también a un diputado que conduce su auto por la ruta tres. Comenta las noticias de la radio, sube el volumen con algunas, lo baja con otras. Responde en guaraní al teléfono, desde temprano.

Nació en un pueblo minúsculo de esa ruta. Con 8 años cortaba caña de azúcar para la fábrica de miel de su padre. Agricultor de banana y piña, hace treinta años predica el evangelio. Se hizo carne y verbo para su pueblo. Gobernó varios de los caseríos que se doran al sol y respiran la tierra roja que colorea todo lo quieto, casas, tejas, trastos. Llegó a ser gobernador y ahora es diputado, de San Pedro. Un departamento atravesado por la ruta tres.

Conduce a través de los caseríos, oasis con árboles de copa ancha y buganvillas en medio de un gigante mar deforestado, el campo arrasado a un lado y al otro de la ruta que une Asunción con Brasil hacia el noreste. La ruta tres parece un desierto en plena primavera. No hay una sola flor, solitarios árboles resisten el sol haciendo hervir la tierra reseca, gris.

Donde abre la ventanilla lo reconocen. Saluda en cada peaje, en cada retén policial. Compra chipas, tradicionales roscas saladas, doradas por fuera, repletas de almidón, harina de mandioca y queso. Dice que el chipero hace buenas chipas. Es verdad, son crocantes y esponjosas, el queso sabe a queso, el anís es bueno y el almidón en su justa medida.

Por la ruta tres van y vienen camiones repletos con granos, animales, frutas y contenedores cerrados.

—Esta ruta abrió el desarrollo para mucha gente que debe llevar su cultivo para Asunción—, dice Pakova.

La ruta conecta la producción con su centro logístico y financiero. No solo para los negocios lícitos. El narcotráfico, industria asociada a secuestros, extorsiones, corrupción pública y privada, ejércitos y cuerpos de seguridad irregulares, también deja su huella.

En Paraguay hay desapariciones, amenazas, ejecuciones y muertos. Matanzas épicas de calibre 50 en la frontera con Brasil. Policías lampiños ven andar grandes camionetas blindadas en los pueblos de frontera. Conductores, vestidos como para una película de la O Globo, recorren los negocios llenos de luces y pantallas brillantes que brotaron hace diez años en los pueblos fronterizos con Brasil y también en la ruta tres. Hoteles nuevos, financieras, galerías comerciales, restoranes y otros lujos chillones para la vida rural latinoamericana.

La ruta tres que conecta esos pueblos es una trampa.

La hija del diputado Ledesma conducía desde la Facultad cuando le tiraron un tronco de lado a lado. En la ruta tres también asaltaron a su hijo con amenazas dirigidas para Ledesma. Podrían haber sido un par de desgracias. Pero zafaron.

Desde antes que su pueblo lo haga diputado, José Pakova Ledesma, denuncia los atropellos narco a los costados de esa ruta que atraviesa el departamento que gobernó, San Pedro. El más extenso y el segundo más pobre de Paraguay.

Fiscales, medios de comunicación, gobierno, Secretaría antidrogas (Senad), policía, y la Comisión de Derechos Humanos del Congreso, que llegó a presidir, escucharon de su boca desapariciones y muertes en la colonia San Vicente de San Pedro.

Además, denunció laboratorios de cocaína, pistas de aterrizaje, dio nombres, mostró fotos y matrículas de avionetas cargadas de drogas. “Denuncias concretas” del teatro que esconde la ruta tres, una gran arteria con decenas de vasos capilares que bombean por la aorta hacia los pulmones fronterizos con Brasil, Pedro Juan Caballero, Bella Vista, Capitán Bado y otros pasos terrestres con tasas de homicidio que oscilan entre los 40 y los 90 y tanto cada cien mil.

En 1998 grupos mafiosos brasileros se quedaron con el grueso de las rutas del cannabis. Desde entonces el cultivo creció y sigue creciendo. Brasil se fuma el 80% de la cosecha paraguaya, repiten hace una década en Viena y en Asunción. La logística local asegura sus negocios regionales.

Cuando Paková fue gobernador (2008-2013) denunció a la Senad 1000 hectáreas de cannabis en Resquín. Erradicaron 300. Dijeron no tener capacidad logística para sacar más plantas ni para su disposición final.

—Cosa que no es cierta. (…) Sacan una parte y dejan la otra. A lo mejor la otra parte es de los grandes.

El diputado denunció a los pesados.

Por eso le contrataron unos matones, armados, que también aparecieron por la ruta tres. En la campiña paraguaya los conocen como kapangas.

No tuvo miedo. Es profeta en su tierra.

— Gracias a Dios no me pasó nada. Me defendí.

—¿Con revólver?

—No. Tengo mi Biblia y mi equipo de liturgia. Estoy solo con Dios que me guía, no tengo guardaespaldas. Enfrento solito esta cuestión. Cuando me toca actuar como agente pastoral hago lo que me corresponde como cristiano. Cuando me toca lo político, lo institucional, lo hago.

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José «Pakova» Ledesma en los pasillos del Congreso paraguayo. Foto: Juan Carlos Meza / Fotociclo.

Dos veces concejal e intendente, ex gobernador, hoy es diputado del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA). El grupo nació durante la crucificante depredación de la Triple Alianza, el año próximo cumple 130 años. Son la segunda fuerza con mayor cantidad de electores. Paková es candidato a vice en las internas, mojón para las nacionales de 2018. El diputado quiere debate sobre la problemática campesina con el cannabis. Habla de despenalización. Le importa la situación de los campesinos, pero no olvida que comparte banca en el congreso con diputados muy sospechados de ser, sino de auspiciar, el negocio narco.

***

Su cara es la del Paraguay mestizo, inconfundiblemente originario. Habla las tres lenguas del pueblo. Preside misas, oficia sepulturas, vota leyes y es seguidor del Santaní, equipo sampedrense que jugó en la primera división durante 2015.

Su casa está cimentada a pocas cuadras de la ruta, en Santa Rosa del Aguaray, un villorrio terracota, pueblo eje, nervio central de varias colonias agrícolas. Llega un jueves en las primeras horas de la noche, después de 250 kilómetros por la ruta tres y cuatro días de parlamento en el Congreso. Reparte afecto a su familia. Se quita el pantalón de vestir, la camisa blanca y celeste, los mocasines. Se calza un short del Santaní y ojotas blancas.

Toma la brisa en una reposera bajo un ancho alero. Parece satisfecho con la vida. Sonríe en guaraní, con una i finita y aguda.

Es abstemio. Pero se persigna ante las milanesas de su esposa. La familia bendice el alimento en la mesa. A las cuatro del otro día hace el mate y sale a hacer ruta. Ruta tres.

***

A las seis de la mañana de un octubre húmedo y encapotado, la ruta tres nos lleva a general Isidoro Resquín. Un pueblo fundado en 1981 por el dictador Stroessner. Un distrito donde ocho cada 10 trabajadores, son agricultores y todos hablan guaraní.

Y por lo bajo hablan de marihuana. Resquín es uno de los lugares que cultiva más cannabis en San Pedro, uno de los ocho departamentos paraguayos que cosecha cantidades industriales para abastecer, sobre todo, la demanda de los países vecinos.

En todo el distrito viven casi 25 mil habitantes. San José del Norte, o Kamba Rembe, integra el salpicón de pueblitos y caseríos agrícolas alrededor de Resquín. Es una de las colonias más grandes de la localidad, viven casi 4600 personas. No tiene camino asfaltado, así que no todos los camiones entran a buscar la poca producción lícita que todavía siembran. En el Comité de Desarrollo Sustentable, que crearon sus pobladores el año pasado, dicen que nueve de cada 10 campesinos plantan cannabis.

Sin contar un par de camionetas portentosas, el poblado exhibe la fatiga de los campesinos tomando cerveza al atardecer en uno de los dos almacenes. Repiten que están asfixiados, que los rubros lícitos no son rentables, que no tiene crédito ni rédito. No venden y el que compra los rubros lícitos lo hace a un precio ridículo. Sucesivamente endeudados con cultivos lícitos y permanentemente estafados quedaron atrapados entre cultivos mecanizados de soja o establecimientos ganaderos donde trabajan unos pocos. La tecnificación de la agricultura y la ganadería, dicen que los pone fuera de competencia. En Kamba Rembe hay una planta de miel de caña de azúcar que ocupa media docena de trabajadores por turno. Pero no es suficiente.

En esa zona el campesino medio planta cannabis.

—Son gente dedicada a la agricultura familiar. Están en un asentamiento marginado, relegado de todo programa de gobierno. Los cultivos que se generan lícitamente no son rentables, prácticamente no venden o venden a un precio muy bajo. Son gente común, de bien, que lucha, que trabaja. Solamente quieren generar un cultivo de renta y no tienen respaldo.

En septiembre de 2015 la Senad erradicó 120 hectáreas de cannabis a punto de cosechar en Kamba Rembe. La interdicción dejó a miles de campesinos sin sustento. 3000 agricultores cabildearon en la cancha de fútbol el día dos de aquel mes. Resolvieron llegar a la prensa y luego al gobierno. Ahora trabajan en una solución con las autoridades, no quieren plantar cannabis. Piensan en caña de azúcar, naranjas, hortalizas, cualquier rubro lícito.

***

Un hombre ofrece sus chipas en un camino que desagua en la ruta, cerca de Resquín. Mira no tan extrañado. Uruguayos y argentinos son frecuentes visitantes de la zona. Van a buscar ladrillos prensados de marihuana. En el distrito les dicen los “letraditos”, hablan bien el castellano. Cumplen los acuerdos, casi siempre.

El chipero se lamenta, una vez plantó cannabis, la ganancia prometía. Pero lo estafaron, nunca cobró lo suyo. Jamás volvió a meterse con esa planta.

La chipa no es rica. Pero es mejor que nada. Mejor que la violencia, la estafa y la silenciosa explotación campesina, que Paraguay y los países que fuman sus porros, practican contra el campesino paraguayo. Las secretaria anti drogas dice que 20 mil campesinos se dedican al cannabis. En Resquín parecen muchos más.

Hay algo que permite la ocultación de los cultivos, la subsistencia de los campesinos y la escena narco.

Se llama ñembotavy. Hacerse el que nada has visto. No hablar. Evadir responsabilidades. Hacerse el tonto.

—Ausencia del desentendido—, traduce Pakova.

—¿Eso es lo que ocurre en los pueblos como Resquín?

Yo le pondría otra palabra: la no presencia del estado. Sobre todo en cultivos pequeños, con los grandes el gobierno se hace del ñembotavy.
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