Por Tarso Araujo
Desde San Pablo

Comencé a escuchar hablar de marihuana con Doña Noêmia. Ella no hablaba de macoña, hablaba de macoñero. No sabía verdaderamente lo que significaba, excepto que era algo más bien terrible. Generalmente usaba la palabra durante los noticiarios, mientras aparecía la cara de alguien que merecía ir al infierno. Noticias de asesinatos, violadores o cobardes ladrones sobre los que maldecía: ¡macoñero!

Felizmente la hierba está perdiendo esa fama de mal diseminada en el siglo XX. En este comienzo de milenio, el cannabis recuperó una imagen tanto más próxima a su realidad y de la reputación que tuvo en los miles de años anteriores. Dentro de poco, la marihuana será algo normal en la sociedad, apenas una planta mainstream.

Es claro que la marihuana y quien la usa todavía son perseguidos. Una búsqueda por las noticias es suficiente para ver varios casos de personas presas por su culpa. Generalmente personas negras, de renta baja, sin escolaridad y con pequeñas cantidades de drogas. La policía no acostumbra detener a los playboys ni a los blanquitos, en general. Porque esos temas se prefieren resolver “amigablemente”. La selectividad no es coincidencia. La fama diabólica de la marihuana nació para perseguir minorías étnicas, tanto en Estados Unidos como en Brasil. Mi abuela era apenas una más entre millones de personas que fueron engañadas sobre los efectos del cannabis.

La fama de la marihuana es el resultado de una campaña que comenzó en los años 30, en Estados Unidos. La pieza más emblemática del esfuerzo es el film “Reefer Madness”. La obra es solo una de las tantas que mandó hacer el Escritorio Federal de Narcóticos, la policía federal antidrogas de la época, en Estados Unidos. Entonces, el director de la agencia, Harry Anslinger, usó a los medios de comunicación para promover la idea que la marihuana generaba locura y era la motivación de los instintos asesinos. Con ello, Anslinger —y todo un aparato policial, industrial y publicitario— quería prohibir la droga preferida de los inmigrantes mexicanos, precisaba el apoyo popular para cambiar las leyes que todavía toleraban el uso.

Para su fin, nada mejor que fomentar el miedo al cannabis, la “hierba del diablo”. Usó todos los medios para esparcir la mentira. Entre ellos, elaboró un dossier con 200 casos de matanzas y asesinatos violentos que, según él, habían sido causados por consumo de marihuana. Describía los casos con refinamiento, en conversaciones, entrevistas y audiencias en el Congreso. El asesino generalmente era negro o mexicano. La asociación entre el uso de la droga y cada uno de los asesinatos fue desmentida, pero mucho después, ya era tarde. La marihuana había sido prohibida. Mi abuela había caído en esa historia vieja.

Cuando Anslinger comenzó su campaña, consultó 20 médicos sobre los riesgos a la salud. 19 no la consideraron peligrosa. Todos conocían muy bien al cannabis porque al inicio del siglo XX era un medicamento prescripto por médicos que se vendía en las farmacias. El propio Anslinger había declarado en 1930 que la marihuana no era un riesgo para la sociedad.

Hay quien dice que el director precisaba una nueva droga para perseguir. El alcohol había sido legalizado en 1932, después de 12 años de prohibición, corrupción y asesinatos asociados al control de su tráfico. Sin la ley seca, su policía antidrogas era inútil. Precisaba prohibir algo para mantener el empleo de los suyos. Como la cocaína y el opio ya estaban prohibidos, pero eran poco usados, la marihuana se transformó en el candidato natural.

Cambia, todo cambia
Pero la fama de la marihuana está cambiando rápidamente. En Colorado, la primer jurisdicción del mundo en legalizar el cannabis, quien la usa es perseguido por grandes carteles en toda la ciudad, anuncios de revista y fiestas temáticas. Hay muchas tiendas buscando consumidores de ese mercado, que en su segundo año funcionando facturó 1000 millones de dólares en venta de marihuana. Muchas de las personas que usan la marihuana están cambiando del mercado clandestino al legal. La nueva industria verde calienta la economía del estado, que factura impuestos y ve circular más dinero en hoteles, bares, seguridad, transporte, software y otros rubros. Perseguir a los macoñeros es cada vez más un buen negocio en Colorado. El tráfico y sus negocios asociados pierden la rentabilidad.

En Uruguay, el primer país en regular la marihuana completamente, el gobierno también está persiguiendo a los usuarios de cannabis. El que manda en el negocio no es ni el traficante ni el mercado legal, es el gobierno. Y la persecución tiene otro motivo, cuidar la salud de los usuarios. En vez de ser perseguidos como bandidos, el gobierno trata a los usuarios de cannabis como usuarios de drogas. Cuando los usuarios accedan al cannabis recibirán información sobre reducción de daños. En la bolsa, con los 10 gramos semanales de marihuana que como máximo podrán adquirir los usuarios, habrá información relativa a los efectos del cannabis para la salud.

Mismo en Brasil, donde teóricamente fumar no significa cárcel, los usuarios —temidos por mi abuela— están sacando la cabeza afuera. En abril, aconteció la primera edición de Ganja Talks en San Pablo, un festival de entretenimiento, ideas y negocios del mundo cannábico. No se asuste, nadie vendía marihuana. Las empresas de la naciente industria brasilera apenas orbitan alrededor del consumo. Había fabricantes y vendedores de papeles para fumar, pipas, revistas, remeras, equipamientos para el cultivo y fertilizantes para el cultivo casero. Han trabajado durante años en la oscuridad, temiendo problemas con la policía, a pesar que su actividad es absolutamente legal. Ahora, estos empresarios ven que su negocio se calienta. Mientras las abuelitas, pero también jueces y médicos, van entendiendo que la marihuana no es exactamente todo aquello de lo que se hablaba.

Mucha gente habla que la reputación de la marihuana está mejorando por causa de la onda legalizadora. Las leyes ayudan, pero cambian porque la nueva imagen de la planta viene ganando hace décadas. Esto ayuda a las nuevas generaciones a ver la marihuana con otros ojos, es la misma cosa que Anslinger usó tiempo atrás: comunicación y cultura popular.

La desinformación continuó durante décadas. Los mitos que la planta mata neuronas y causa cáncer de pulmón, por ejemplo, son de los años 60. Ahora la campaña difamatoria tiene un contra ataque de peso. En 1962, Jack Nicholson, apareció por primera vez fumando marihuana en una cena de Hollywood. No quedó loco ni mató a nadie. Luego de eso, cientos de filmes retrataron a la marihuana, con una imagen cada vez más tolerante y realista.

En aquella misma década Paul McCartney, Mick Jagger y Keith Richards fueron presos por tener marihuana. En 1974, el equipo ganó con el refuerzo de un tal Bob Marley, que hizo famoso al reggae —y su ganja— por el mundo entero. En los 80 fue el tiempo del hip hop.

En Brasil, la industria cultural también ayudó a que el cannabis resignifique su imagen. Los hip hoperos de Planet Hemp, en los 90 colocaron, no solo a la marihuana sino a la política de drogas en debate, en la escena musical pero también en la prensa. “Legaliza ya”, cantaba Marcelo D2. Hoy, el cantante de la banda hace propaganda de zapatillas tenis, de un banco y estará en el show de apertura de la Olimpíadas. Quién diría…

Otro hito importante fue “El bicho de siete cabezas”, convenientemente estrenado por el galán Rodrigo Santoro. El filme muestra con claridad cómo la vieja generación hizo del cannabis el monstruo mitológico del título, mientras deconstruye el mito. En 2014 estrené el filme “Ilegal”, la historia de Anny Fischer, primera paciente de marihuana medicinal brasilera. La película permitió dar otro paso para derribar un secreto: el cannabis es mucho más que una hierba maldita, puede ser un remedio. Entre las madres que antes decían a sus niños que estuvieran lejos del cannabis, hubo muchas que usaron la planta para tratar diversas enfermedades de sus hijos.

La imagen de la marihuana ha mejorado tanto que hasta los presidente de Estados Unidos están cambiando su postura. Los tres últimos presidentes fumaron cannabis. George W. Bush lo admitió en una grabación clandestina. En el audio dice que nunca respondería cuestiones sobre drogas porque no quiere dar un mal ejemplo a los niños. Bill Clinton fue el primero en responder directamente a la pregunta, aunque dijo que no llevó el humo hasta sus pulmones. Al final, llegó Barack Obama. Antes que le preguntaran contó, sin pudores, su adolescencia fumando petardos en Hawai. Durante su presidencia garantizó garantizó la independencia de los estados para legislar sobre la marihuana.

La saga de los presientes continúa. El próximo será el más indicado (o las más indicada) para responder a la pregunta de cuándo será legalizada finalmente a nivel federal. Si Donald Trump fuera electo, demorará un poco más. Si Hillary Clinton venciera, las cosas podrían ocurrir un poco más rápido de lo que imaginamos.

A mi abuela no le dio el tiempo para ver esta revolución, todavía por venir. Que vengan las siguientes generaciones, con otros ojos.